SOBRE EL CONOCIMIENTO DEL COMUNISMO POR PARTE DE LA CLASE OBRERA DE NUESTRO PAÍS.

Enrique Velasco

Pensar la revolución como un “vuelco”.-

 

Cuando en los procesos reales se produce un atasco,  o nos extraviamos en el camino, es que teníamos un conocimiento deficiente sobre el camino. Cuando en la práctica sale mal el proyecto iniciado, hay un problema de conocimiento. Algo conocíamos mal. Y este fracaso nos enseña que hay que pararse a pensar. Hay que avanzar en el conocimiento para avanzar en la acción. También es cierto que sin acción, sin experiencia, no se avanza en el conocimiento.

Una cosa no es contraria a la otra. Con la experiencia (la práctica) y la reflexión, se avanza en el conocimiento, y con el conocimiento  se puede avanzar en la práctica.

Eso ha ido ocurriendo en el caminar del movimiento obrero. Numerosos parones en la marcha; ocasiones para repasar lo ocurrido, ordenarlo y reflexionar sobre ello. Corregir lo equivocado, que en eso consiste avanzar en el conocimiento. Recibir conocimientos elaborados en otras prácticas distintas de la propia (Universidades, publicaciones científicas –ciencias naturales y sociales- literarias), y apropiárselos para un más amplio y más profundo conocimiento del terreno propio (el trabajo sometido, dependiente).

Pensar, como lo hacía el movimiento obrero, la revolución como un vuelco en la sociedad (lo de arriba abajo y lo de abajo arriba) ejecutado a través de la toma del Estado por los trabajadores (o sus representantes), significa varias cosas.

En primer lugar, una imagen muy borrosa de cómo quedará esa sociedad cuando la coloquemos boca abajo o boca arriba (es decir, cuando le demos la vuelta). En la revolución rusa, por ejemplo, se acusó este problema inmediatamente. Los dirigentes del partido comunista pasaron a controlar el funcionamiento de toda la gran producción (grandes fincas, fábricas, minas, transporte), Bancos y todas las instituciones (Ejército, Parlamento, Gobierno, Tribunales), es decir ocuparon la parte de arriba de la sociedad. Pero los obreros siguieron ocupando la parte de abajo.

Los dirigentes del partido tenían, sin embargo, un control muy relativo de las instituciones y de la producción, en el sentido de que el control técnico seguía en manos de quien lo tenía antes de la revolución (ingenieros, juristas, oficiales del ejército, profesores, funcionarios). Lenin, al final de su vida, en sus escritos y en sus discursos, acusaba este tremendo peso muerto. Es cierto que nadie, ni el mismo Lenin, esperaba que las cosas ocurrieran como ocurrieron, ni en el momento en que ocurrieron. No se tenía nada preparado en el partido y hubo que improvisarlo todo sobre la marcha.

Pero lo cierto es que no se produjo el “vuelco” esperado. La inmensa mayoría de los de “arriba” siguieron estando arriba (marcharon, murieron o se les despojó, sólo a los grandes propietarios, grandes banqueros, generales), dirigiendo empresas, bancos, compañías navieras, etc., eso sí, bajo el control de los dirigentes comunistas.

Y los obreros siguieron estando “abajo”, trabajando bajo la dirección de los jefes comunistas que controlaban todo y bajo la dirección técnica del mismo que les dirigía antes de la revolución.

Los obreros rusos y sus dirigentes, aprendieron con la práctica que nunca más dirán que una revolución consiste en poner en una sociedad lo que está arriba abajo y lo que está abajo arriba. Lo han aprendido los rusos y con su experiencia, todos los demás obreros de Europa y del mundo. La revolución, es un concepto, que ha resultado poco útil y muy engañoso, en el camino  del movimiento obrero mundial. Mejor no utilizarlo, a menos que quien lo haga, diga y explique antes cómo quedará la sociedad y en particular, los obreros, después del brusco y violento cambio en que consiste una revolución. Si de lo que se trata en una revolución concreta, es de cambiar un gobierno civil por uno militar, o uno militar por uno civil, se explica así, y hasta los obreros, a lo mejor, salen ganando con el cambio; pero la idea del “vuelco” en la condición de los obreros a través de una revolución, no ha resultado ser cierto nunca.

Lo que nos enseña este fracaso histórico, en lo que a nosotros nos interesa, es el conocimiento tan limitado que los trabajadores y sus organizaciones tenían sobre dos cosas referentes a la revolución: lo que se había de cambiar y el instrumento con el que se pretendía cambiar, con el que se pretendía realizar el cambio.

En todos los casos en que históricamente, en la práctica, se ha pretendido llevar a cabo una revolución, la intención siempre ha sido dar un vuelvo a la situación de los trabajadores. Cuando el movimiento obrero de un país o el conjunto de los representantes de los obreros más significativos del mundo han hablado de revolución, siempre se han referido a este cambio brusco en que la situación de los obreros cambiaría, de forma que éstos quedarían arriba y lo que estaban arriba irían abajo.

Cuando lo que se proponía era un cambio gradual, a través del cual los obreros irían mejorando sus salarios, sus horas de trabajo, su pensión de enfermedad o de vejez, etc. estaba claro que no se proponía una revolución sino una evolución. ¿Por qué? Pues porque los obreros seguirían estando “abajo”, aunque mejoraran sus condiciones de vida y trabajo.

Quedaba claro, por tanto, que la revolución consiste en que los obreros pasan de “abajo” a “arriba”. Todo lo demás son paños calientes. Eso defendieron siempre los comunistas y los anarquistas. Los socialistas eran los de las mejoras progresivas de las condiciones de trabajo y vida, sin volver a plantearse más lo de “arriba” y lo de “abajo”.

Los anarquistas siempre plantearon que eso no se podría conseguir sin destruir previamente al Estado, al Estado de las clases dominantes y poseedoras.

Socialistas y comunistas, sin embargo, contaban para su proyecto con el Estado. Los socialistas para a través de él ir consiguiendo las mejoras para los obreros. Para esto, naturalmente, hay que conseguir controlar democráticamente ese Estado. Los comunistas para utilizar al Estado como palanca para el “vuelco”, para lo que previamente había que asaltarlo como una fortaleza que se resiste y ocuparlo violentamente.

Los anarquistas no lograron llevar a término su proyecto hasta el final en ningún país europeo, si bien su meta no ha cambiado. Socialistas y comunistas sí que se han permitido comprobar los efectos provocados por la realización de sus proyectos, con los resultados que ya hemos comentado.

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